El Busto es Mio

El Busto es Mio

         EL BUSTO ES MIO

 

Maniquí por la ciudad-12
Maniquí por la ciudad-12

Son silenciosos y estáticos, cambian de imagen continuamente y sólo se dejan ver en público lo imprescindible. No fuman ni beben y, aunque no hacen deporte, siempre se mantienen en el peso ideal porque no prueban el pan ni los dulces. Lucen su belleza en las más lujosas boutiques y también en las más humildes casas de moda de todo el mundo. Son los maniquíes, soporte de pieles caras o ropa interior finísima y, en esta ocasión, uno de ellos, con vestido de mujer, acompañante mudo de nuestro “gancho” por parques, calles, tabernas y restaurantes. A quien quería saber, le explicábamos que se trataba de “una terapia recomendada por nuestro psicólogo”.

Maniqui por la ciudad-1
Maniquí por la ciudad-1

Quisimos emular al director de cine Luis Berlanga, quien a su película “Tamaño natural” narra la pasión de un solterón fetichista por una muñeca a la que viste, peina, cuida y pasea como si de su mujer ideal s tratara. Para este fin, paseamos a un joven y atractivo modelo masculino, Javier Navarrete de dieciocho años, acompañado de un maniquí femenino a través de diversas calles, establecimientos y trasportes de Madrid.

El cometido de Javier era fingir en todo momento que estaba tan enamorado de la muñeca como para considerarla su novia y así provocar la reacción de las gentes. Su actuación pasaba, además, por explicar a las personas interesadas en su extraño comportamiento que no hacía mas que seguir una terapia recomendada por su psicólogo, para erradicar su patológica timidez.

 

Primero pusimos a nuestro cebo junto a un kiosco de bebidas en la Casa de Campo. Era temprano, muy d mañana, y circulaba poca gente. El camarero se extrañó de que Javier le pidiera “ un refresco para la señorita” y se echó a reír cuando le contó que se trataba de una terapia psicológica. Le explicamos de qué se trataba el reportaje y se avino a servirnos de cómplice. Así que cuando paró un autocar de turistas los sentó cerca de la “ pareja”, actuando con el maniquí como si fuera de carne y hueso. Inmediatamente, el más curioso de los turistas, chapurreando español, se dirigió al camarero. Este le contó el cuento de la terapia. El turista lo comentó con sus compañeros de viaje y, aunque se rieron por lo exótico de la prescripción facultativa, lo cierto es que no les pareció mala idea. Se sentaron junto a Javier y su compañera de fibra d vidrio, a la que llamaba Rosa, y le comentaron que iban a enterarse de si en su país sucedía algo semejante. Si no lo propondrían.

Maniquí por la ciudad-2
Maniquí por la ciudad-2

También le pareció buena idea al propietario del kiosco, quien señaló que estaba pensando hacerse con varios maniquíes para sentarlos en las mesas cuando faltara clientela.

Después de tomar las consumiciones, Javier y Rosa dieron un largo paseo y se sentaron en un banco del parque. La verdad es que Rosa daba el pego, y aunque era un poco temprano para efusiones amorosas nadie se extrañaba de lo que allí acontecía.

La feliz “pareja” se dirigió a tomar el metro en la estación del Lago de la Casa de Campo, Javier le pidió al taquillero dos billetes, “ el mío y el de mi chica” ; el hombre, a pesar de ser domingo, estaba de buen humor y le dijo que no hacía falta, que “las niñas no pagan billete” . En el andén, la gente miraba sin inmutarse, aunque de vez en cuando, Javier hablara con Rosa , la besara o se riera como si la muñeca le hubiese contado algo divertido. Hasta que un nutrido grupo de chicos y chicas jóvenes se interesaron por la historia. Cuando oyeron el relato de Javier, dos de ellas se ofrecieron para curarle sus complejos al alimón; otras preferían piropearle y la más osada incluso nos pidió permiso para tocar a nuestro modelo.

Maniquí por la ciudad-3
Maniquí por la ciudad-3

Tras esperar un rato en el andén, por fin llegó el tren que, por cierto, venía a tope. En el vagón Javier se tuvo que apretar de frente contra el maniquí y, como si no hubiera nadie delante, comenzó a meterle mano y a besarla cariñosamente. Una señora de avanzada edad dijo: que se lo “No se puede consentir tan poca vergüenza. ¿Qué clase de padres tendrán consienten?”.

Después Javier llevó a su “chica” a la parada de autobuses de la plaza de Cibeles. Cuando llegó el vehiculo, se dispuso a abordarlo junto a ella, con absoluta naturalidad, pero se topó con el reglamento de la EMT y con un ortodoxo funcionario que se negó en redondo a que subiera con el maniquí.

Un pintor callejero, que pintaba con buen estilo la carismática fuente madrileña de la Cibeles, le hizo una oferta inesperada; “Al quítamela de modelo y seguro que le saco más provecho que tú”.

Mirando los escaparates de la Gran Vía, Javier y Rosa llegaron hasta la plaza de Callao. En este típico lugar de Madrid ocurrió de todo. En el paso de cebra, donde Javier se paró para abrazar a la muñeca, un cura que cruzaba se dirigió a nuestro gancho para increparle: “Eso se hace en privado, jovencito”, y siguió su camino. En cambio, a una pareja de quinceañeras les gustó mucho la muñeca, o acaso querían pegar hebra con Javier, y le preguntaron cuánto costaba y donde la había comprado.

Maniquí por la ciudad-5
Maniquí por la ciudad-5

Pero antes de que Javier pudiera contestar, salieron apretando el paso. Un matrimonio de turistas italianos alabó la belleza del maniquí y se divirtió mucho con la situación, pero no se acercaron, limitándose sólo a disparar continuamente su cámara de fotos. Quizá por las numerosas fiestas madrileñas de distintos barrios, aparecieron dos parejas ataviadas con los trajes típicos de chulo y chulapas, respectivamente, y como ya iban disfrazados no se asombraron de las manías de Javier. Sin embargo, se metieron en escena. Sin cortarse un pelo, una de las parejas comenzó a bailar un chotis. “Ojala fuera de carne y hueso, que yo mismo le enseñaba a bailar el chotis en una baldosa”.

A todo esto, ya se había echado encima la hora de cenar. Javier consultó con Rosa y eligieron un restaurante vasco, El Tosco. Reservó9 por teléfono una mesa para dos. La propietaria del establecimiento, Regine, se quedó de una pieza al ver a la pareja. Javier la tranquilizó contándole lo de la terapia, pero le convenció más su promesa de observar un buen comportamiento y de consumir un menú exquisito, “porque quiero lo mejor para mi novia”, así como de pagar los dos cubiertos, aunque “Rosa no come mucho”. Regine le siguió la broma, le buscó la mejor mesa del local y le dijo a un camarero que los atendiera con esmero. El camarero, Jerónimo, no se desvió ni un milímetro de las órdenes de su patrona, y se comportó en todo momento como si Rosa fuera realmente una cliente privilegiada; le puso la carta sobre el plato, le sirvió vino y le trajo la comanda encargada por Javier. Quizá fuera el comportamiento tan profesional de Jerónimo, o vaya usted a saber qué, pero el caso es que tampoco al resto de los comensales les picó la curiosidad; nadie hizo comentario alguno a propósito de la acaramelada “parejita” y todo el mundo cenó tranquilamente.

 

 

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